domingo, 28 de octubre de 2012

POR UN BESO



Puntuación: ☆☆☆



SINOPSIS:
Hyacint, la última hija soltera de la familia Bridgerton, ha perdido la ilusión por las temporadas de baile en Londres. Aunque es joven y hermosa y pertenece a una familia muy admirada, su ágil inteligencia, su lengua descarada y su fuerte carácter parecen ahuyentar a todos los pretendientes. Excepto a Gareth St. Clair, el nieto díscolo de Lady Danbury, el seductor con peor reputación entre la alta sociedad y el único en todo Londres capaz de dejarla con la palabra en la boca y el pulso acelerado... y que además parece disfrutar con ello. Cuando él le pide ayuda para descifrar un secreto de su pasado oculto en un diario escrito en italiano, ella no puede negarse. Pronto se ven inmersos en una aventura en la que cada uno de ellos descubre que ha encontrado en el otro, por fin, un desafío a su altura.


OPINIÓN PERSONAL:
Julia Quinn siempre me ha encantado como autora; es una de mis predilectas, tanto porque ha estado presente en mis lecturas desde que descubrí el género romántico como porque sus historias siempre han saciado mis expectativas. Sus personajes son carismáticos, los diálogos entre ellos chispeantes, y sus tramas envolventes.
En esta novela ha hecho alarde de todas las virtudes que le achaco, aunque me ha llegado con menos intensidad. Aún así, es una novela de aplauso, porque es la séptima correspondiente a una saga y para pertenecer a una serie tan larga y trabajada ha conseguido ser una lectura bonita y agradable. Cosa que es todo un mérito, ya que bien podría haber quedado totalmente sepultada y haber sido un pálido e inconsistente reflejo de sus antecesoras. Pero no, la novela consigue mantener nuestro interés.
Los personajes, como siempre, han sido una exquisitez.
Por un lado tenemos a Hyacinth Bridgerton, la más pequeña de toda una familia de ocho hermanos. Hyacinth es una jovencita descarada, honesta, inteligente e inquieta. A pesar de su elevada dote lleva unas cuantas temporadas en el mercado matrimonial y ha recibido muchísimas menos propuestas de las que corresponde al prestigio de su apellido, al título de su familia y a la riqueza con la que está prevista que dote a su pretendiente. ¿El motivo? Hyacinth es objeto del terror de los caballeros. Simple y llanamente porque no se esfuerza en ocultar su inteligencia ni se reprime de brillar sobre las mentes de los demás. Los hombres quieren mujeres manipulables, y Hyacinth no es alguien que se ajuste a sus cómodas perspectivas… Ella necesita un hombre audaz y a su altura a quien poder amar.
Hyacinth está muy segura de sí misma. Sabe quién es y se encanta a sí misma, y eso es lo que irradia a todo aquel que la conoce. Sin embargo, todo el mundo tenemos inquietudes e inseguridades, incluso la fuerte y natural Hyacinth, aunque sus dudas solo se despertarán con la aparición de Gareth Saint Clair.
Gareth es un joven despreocupado, alegre y pícaro. Su reputación escandalosa e indecente lo retratan como un hombre ligeramente perverso, aunque esa imagen se ve desquebrajada cada vez que manifiesta el profundo amor que le profesa a su abuela, lady Danbury. Ella es la única persona que tiene ahora en el mundo, la única que lo ama y a la que el ama. La única persona por la que estaría dispuest0 a entregar su vida… Y la realidad de eso lo hace darse cuenta de lo solo que está en el mundo.
Hyacinth y Gareth pertenecen a realidades opuestas. Hyacinth es la hija menor de una familia numerosa y amorosa. Gareth es el despreciado segundo hijo de un barón que vive para atormentarlo. Jamás ha conocido el amor paternal, y a pesar de las evidencias del odio del barón hacia él durante años, jamás ha alcanzado la indiferencia que le habría gustado adoptar ante la actitud de desdén de su padre. De alguna manera u otra, su vida está más condicionada por el endemoniado barón de lo que él jamás admitiría. Él hombre que solo le profesa desdén, aquel que tanto le odia y tanto se empeña en hundirlo, es la persona que más poder tiene sobre él aunque no esté dispuesto a asumirlo.
Mientras Gareth esté sujeto a la perversa influencia de su padre no tiene acceso absoluto  a su felicidad, y por eso será importante que resuelva sus emociones hacia su pasado y hacia el barón y comprenda la importancia que debe ocupar todo aquello que lo rodea.
Hyacinth también tendrá trabajo por su parte, ya que tendrá que asumir una nueva realidad con respecto a ella misma.
Aparte de los enredos de origen personal, Julia Quinn nos presenta una trama intrigante que servirá para unir a ambos protagonistas y los lance en la búsqueda de unos diamantes que la abuela italiana de Gareth escondió hace unos setenta años.
Sin embargo, la buena mujer era más astuta y críptica de lo que suponían en un principio y les valdrá más de un dolor de cabeza la captura del tesoro (sobre todo para Gareth jajaja).
Lo cierto es que la novela me ha gustado bastante. Los personajes son maravillosos y sus encantadoras personalidades dan mucho juego y humor a la historia. No puedo negar que la lectura de la novela ha sido como una permanente sonrisa… ¿Cómo no serlo cuando hemos tenido lady Danbury de sobra? ¡Ah! Adoro a esa anciana metomentodo, criticona y manipuladora (que aunque la he descrito con cualidades insufribles ella hace que sean encantadoras… ¡Imaginaos la brillantez de su carismático personaje pues!)
La trama es sencilla y amena, como es habitual en los libros de Julia Quinn. Hay algún que otro secreto planteado en la novela, pero desde luego no se convierten en eje de interés. El interés que se esfuerza por despertar la autora se centra en los encuentros y desencuentros de Hyacinth y Gareth y en el modo que se superan sus conflictos internos para atreverse a amar.


Lizzie Villkatt


UNAS CITAS…
#1
—Aparte de la insolencia —continúo resueltamente, haciendo un gesto hacia Gareth, como si fuese una especie de zoología en estudio—, es verdaderamente un nieto excepcional. No podría pedir más.
Gareth observó divertido mientras Hyacinth murmuraba algo como queriendo manifestar su acuerdo pero sin decirlo exactamente:
—Claro que no es mucho lo que tiene en cuanto a competidores —añadió la abuela Danbury, haciendo un gesto despectivo con la mano—. Los demás solo tienen tres cerebros para repartirse entre ellos.
No era eso el más vibrante de los elogios a sus demás nietos, puesto que tenía doce vivos.
—He oído decir que algunos animales se comen a sus propias crías —musitó Gareth, a nadie en particular.

#2
—Van a pensar que me está cortejando —dijo Hyacinth.
—Tonterías —dijo él, sentándose en la silla desocupada al lado de ella—. Todo el mundo sabe que no cortejo a mujeres respetables, y, además, yo diría que eso solo mejoraría su reputación.
—Y yo que pensaba que la modestia era una virtud sobrevalorada.
Él la obsequió con una sosa sonrisa.
—No es que quiera darle municiones, pero la triste realidad es que la mayoría de los hombres son como ovejas. Sonde va uno, allí va el resto. ¿Y no dijo que deseaba casarse?
—No con alguien que le siga a usted como la oveja jefe.

#3
En la vida de toda persona hay momentos en que esta haría cualquier cosa por dejarlos para después.

#4
—Eso me hace pensar. Como tu futuro marido, ¿debe preocuparme esa frase <<si soy bastante fastidiosa>>?
—No, si accedes a todos mis deseos.
—Frase que me preocupa más aún.
Ella simplemente sonrió.

lunes, 8 de octubre de 2012

LA INQUILINA DE WILDFELL-HALL



Puntuación: ☆☆☆☆☆



SINOPSIS:

Tras muchos años de abandono, la destartalada y ruinosa mansión de Wildfell Hall es habitada de nuevo por una misteriosa mujer y su hijo de corta edad. La nueva inquilina -una viuda, al parecer- no tarda, con su carácter retraído y poco sociable, sus opiniones a menudo radicales y su extraña triste belleza, en atraerse las sospechas de la vecindad, y a la vez la rendida admiración de un joven e impetuoso agricultor. Pero la mujer tiene, en efecto un pasado… más terrible y tortuoso si cabe de lo que la peor de las murmuraciones es capaz de adivinar.




OPINIÓN PERSONAL:

Hace demasiado que no actualizo esto… Y en parte es porque el ritmo de mis lecturas se ha ralentizado. Ya no dispongo de todo el tiempo que me gustaría para leer, y el poco tiempo que tengo para mi disfrute ha de ser dividido entre mis muchas aficiones… Pero bueno, prometo ser contante, aunque no sea tan frecuentemente… Y hoy os dejo mi opinión personal respecto a esta interesante novela victoriana.

Ha sido esta una lectura amarga y dulce. Y me ha servido para convencerme del virtuoso talento de Anne Brontë, cuyo trabajo en comparación con el de sus dos hermanas quedó bastante menos manifiesto. Y no porque fuera inferior, para nada, pero al parecer la novela de sus hermanas recibió mucha más atención y la existencia de las mismas fue divulgada con más empuje.

Sin embargo, Anne Brontë es una escritora magnífica, y tiene una comprensión tan profunda del género humano, y lo manifiesta de una forma tan reflexiva y sentida, que es todo un privilegio acceder a su talento analítico a través de sus personajes inventados.

En esta novela contamos con dos puntos de vista; la narración se va relevando entre la protagonista femenina, Elena, y el masculino, Gilberto. Por ello, tenemos pleno acceso a los pensamientos de cada uno y tenemos un retrato íntimo y claro de la manera de ser de los dos.

Elena es una mujer joven y atormentada que huye de su pasado cuando Gilberto la conoce y se queda encandilado de su espléndida belleza y la pureza y sencillez de su carácter honesto y resuelto. Ambos se conocen, y aún con los prejuicios que tratan de influenciar su opinión con respecto al otro, consiguen tenerse en una altísima estima, tanto así que pasan al nivel en el que disfrutar de la compañía de alguien tiene consecuencias atormentadoras al percibir lo elevado que va tornándose el sentimiento y lo improbable de que éste evolucione trayendo felicidad a ambos. Por ello, su relación será como un campo magnético, cuya atracción va variando de dirección, aproximándolos primero a la más plácida cercanía para después alejarlos e imponer entre ambos una distancia insalvable. Porque hay veces en la vida en las que nuestros deseos no se ajustan a nuestras circunstancias, y aquello que más nos distrae en nuestro pesar es aquello que luego más aflige el alma.

Elena llega un buen día a un condado y se instala en una mansión semiderruida para alimentar la práctica de conjeturar en los tediosos habitantes del lugar. Una mujer autónoma, ermitaña y sola cargando con la educación de un hijo pequeño despierta las sospechas de la sociedad del condado, y pronto empiezan a circular chismes poco halagüeños para ella, alimentados por su extraña situación y por la actitud reservada y ligeramente misántropa de Elena, que no satisface a aquellos que, por motivos más o menos simpáticos, desean tratar con ella con resultados bastante frustrantes. Porque Elena es una joven solitaria, melancólica y desinteresada que solo parece sentir interés en pasar tiempo con su pequeño y en pintar. Jamás se molesta en devolver las visitas que le hacen, declina invitaciones y no se molesta en ocultar la escasa complacencia que le causa las visitas de los demás.

Sin embargo, en contra de la mala opinión que las gentes de allí van generándose sobre ella, Gilberto ve más allá de los prejuicios, y se molesta en conocer más hondamente a la joven, y sabe luchar con eficacia contra las reservas y la poca disposición inicial de la joven a sus intentos de diálogo.

Finalmente consigue ganarse el aprecio de la joven, y eso sólo le sirve para acrecentar su propio afecto hacia ella, de modo que ambos terminan irremediablemente atrapados en un cariño mutuo que por razones más allá de sus posibilidades no pueden ver evolucionar y verse sumidos en una dicha conjunta.

El pasado de la joven acecha su presente, y ha sembrado en su alma demonios y angustias que no está del todo en su mano disipar. La felicidad absoluta no es una posibilidad para ella, porque el constante temor en el que se ha convertido su vida se lo impide, pero eso no quiere decir que no encuentre felicidad en ver a su pequeño retoño junto a ella, creciendo sano y alegre, sin las influencias perversas de su ruin y perjudicial padre.

La novela retrata muy bien la cárcel que podía llegar a ser la condición de mujer en la época victoriana. Se ve bien como las mujeres son persuadidas por sus propios familiares para que contraigan matrimonio, sacrificando su felicidad en aras de conceder a su familia títulos nobiliarios, riquezas, propiedades y prestigio.

Leyendo las líneas de esta obra, una se siente enrabiada y afligida por el sometimiento tan cruel al que se vio subyugada la mujer, y a una se le despedaza el alma al ser consciente de la gravedad de una mala elección. Un error podía costarte la paz y la felicidad de toda una vida…

Que es lo que le ocurrió a nuestra protagonista, Elena. Embelesada con la energía y el carácter alegre de Arturo, y espoleada por la inexperiencia y la ingenuidad de la juventud, aceptó su proposición de matrimonio, condenándose a una vida repleta de dolor, desesperación, amargor y crudos y numerosos padecimientos psicológicos.

Arturo, su marido, es un libertino incorregible y despiadado. Su egoísmo ya es manifiesto desde el principio de su matrimonio, demostrando preocuparse únicamente de su propio disfrute cuando acelera el viaje de novios alegando que él ya conoce todos esos lugares y estaba aburrido de verlos… Pero la esperanza, dulce y amargo elixir, amigo y enemigo a la misma vez, le hacen figurarse a Elena que lo que le ocurre a su marido es simplemente que quiere instalarse en una tranquila y cómoda rutina de casados cuanto antes… Pero no podía equivocarse más. Atolondrado e inquieto como es, Arturo no tarda en manifestar la impaciencia que le reporta la calma, no hallando apenas distraimiento en su nueva vida en el campo… Y Elena no puede retenerlo a su lado mucho tiempo antes de que él decida huir a la ciudad, a entregarse a los más bajos vicios y a los más funestos placeres, abandonando a su esposa en una espiral de angustia e inquietud que la atormentan todos los días hasta que él regresa meses más tarde. La degradación de su espíritu se refleja en su aspecto, pues vuelve depuesto y débil, consumido por prácticas denigrantes por las que siente una adicción insana e incorregible.

Al principio, Elena resuelve no exponerle el disgusto y la contrariedad que le ha provocado el resultado de su larga marcha. Y en cambio, se muestra solícita y dulce, atendiéndolo con toda su bondad y afecto, esperando que la actitud complaciente de ella despierte en él vergüenza y arrepentimiento por su deplorable conducta… Además, está decidida a perdonarle sus faltas y a confiar en que no volverá a adoptar prácticas tan fatales y a abandonarla nuevamente. Está decidida a continuar amándole, y confía en que podrá convencerle, con su amor y su dedicación y el verdadero cariño e interés que tiene por regenerar su alma, de abandonar su vida pasada basada en las orgías y el vicio.

Pero las cosas no tardan en volver a repetirse, y Elena, con su gran fortaleza y su casi inquebrantable fe, resiste con paciencia todas las desgracias a la que le somete su marido, y no deja de acariciar la esperanza de que logrará por fin hacer de su marido un hombre bueno y digno del amor que le profesa… pero si la situación varia ligeramente, siempre es a peor…

Finalmente, a favor de todo pronóstico, Elena termina por aceptar la realidad: su marido es incorregible, y su conducta jamás cambiará, pues el arrepentimiento no es algo que vaya a experimentar jamás y solo se burla de quienes tratan de aconsejarle buenamente como ella. Desprecia todos sus intentos por acercarlo a ella para que sane su alma pecaminosa y aprenda nuevas aficiones y costumbres que lo aparten de la degradación para siempre.

Así pues, ante lo evidente, el afecto de Elena se extingue, pero su felicidad hogareña no está del todo condenada, ya que da a luz a un hijo, Arturito, que se convertirá en su primera fuente de dicha y de esperanza.

Sin embargo, pronto verá perturbado su único placer por la influencia pervertida que tiene su marido en el niño. Un hombre tan malvado como él no es mejor padre que marido, y en cambio consiente en todo a su hijo, distorsionando los conceptos del bien y del mal, emborronando los límites de cada término. En una época tan influenciable como es la niñez, es de vital importancia exponerle a los niños las cosas con claridad; Elena lo sabe muy bien, y su alma llora cada vez que ve amenazado el porvenir de su hijo como un hombre bueno, noble y respetable, la contraposición de su padre. Pero por otra parte poco puede hacer para evitarlo, pues Arturo, por repugnante que sea sigue siendo su padre y por mucho que lo desea no puede negarle el derecho de pasar tiempo con su hijo…

Por ello, Elena pasa la etapa más tormentosa de su vida, siendo un imponente testigo de cómo Arturo emborracha a su hijo, incitándole a tener inclinación por un vicio tan bochornoso desde muy pequeño, y preparándolo para hacer del niño un retrato de sí mismo, enseñándole frases soeces y palabras injuriosas.

¿Os podéis imaginar la impotencia de esta mujer, relegada a ser una espectadora con pocas posibilidades de intervención, mientras observa como toda lo bonanza y buenos sentimientos que siembra con esfuerzo en el corazón de su pequeño son arrancados de cuajo por su padre para cultivar en cambio hierbajos espinosos y malas plantas? ¿Os podéis figurar como las mujeres tenían tan pocas referencias, por el confinamiento y la ignorancia a la que estaban sujetas por voluntad de sus propios familiares y el protocolo social, para escoger y determinar así su futuro? Porque las mujeres solo tenían el privilegio de elegir; toda iniciativa les estaba vedada.

¿Podéis llegar a evocar cuán importante era para ellas elegir bien el compañero de sus vidas? ¿Y qué dimensiones podía llegar a tomar una mala elección? ¿A cuántos aspectos de su vida influía su juicio a la hora de tomar una decisión, a cuantas posibilidades tormentosas se exponían cada vez que aceptaban una proposición…? ¿Y a qué fatal destino podían estar atadas hasta el fin de los días…?

Si no podéis llegar a imaginarlo, os invito a que leáis esta novela, donde estoy segura hallaréis muchos motivos para indignaros, sentiros impotentes por la suerte de sus narradores, y para querer protestar por tanta injusticia y sometimiento. Solo os digo que yo he llegado a llorar de rabia y de pena con el libro…

Esta es una novela que cuenta una experiencia cruda, pero tan real y cotidiana en su entorno contemporáneo que resulta hasta escalofriante. Sin embargo, también tiene su toque dulce, ya que finalmente, gracias a la audacia, la resolución y el fuerte amor que posee Elena, tuvo el valor de luchar y su esfuerzo le merece un final feliz.

Os recomiendo este libro encarecidamente. Es muy intenso, profundo, interesante e invita a reflexionar. Un libro que merece ser la obra maestra que se considera. ¡Una delicia!

Y ahora, creo que voy a por una lectura algo pícara… ¡50 sombras de Grey! Nos vemos en mis siguientes delirios.

¡Un beso mis queridos lectores!


Lizzie Villkatt.



Unas citas...

#1

Únicamente digo que es mejor armar y fortalecer a su héroe, que desarmar y debilitar al enemigo.


#2

—¿Qué motiva esas lágrimas, Elena? ¿Qué demonios te ocurre? ¿Por qué lloras?
—Lloro por ti, Arturo —repliqué secándome los ojos rápidamente; y, levantándome, fui a arrodillarme a sus plantas y cogiendo sus manos sin nervios entre las mías, proseguí—: ¿Ignoras que eres algo así como una parte de mí misma? ¿Te figuras que puedes degradarte o sufrir cualquier perjuicio sin que yo lo lamente con toda mi alma?


#3

—¿Por qué eres mala, mamá?
—¿Quién te ha dicho que soy mala, hijo mío?
—Raquel.
—No, Arturo, no dices la verdad. Estoy segura de que Raquel nunca te dijo tal cosa.
—Bueno, pues fue papá —contestó Arturo pensativo. Y después de una pausa añadió—: Voy a explicarte cómo lo he sabido. Siempre que estoy con él, si le digo que tú me llamas o que me mandas hacer alguna cosa que a él no le parece bien, grita: <<¡Condenada mamá!>> Y Raquel siempre asegura que únicamente los malos son condenados. Por eso creo que eres mala… Y yo quisiera que no lo fueses…
—No lo soy, hijo mío. Todo eso son palabras injustas, mentiras con las cuales los malvados perjudican a los demás y pretenden disimular con ellas sus propias faltas. Pero Dios nos juzgará por nuestros pensamientos y por nuestros actos, y no por lo que el prójimo diga respecto a nosotros. Cuando oigas palabras como esas, Arturo, no las repitas nunca. Lo malo no es que las digan de ti, sino que tú las digas de los demás.
—Así que el malo es papá… —repuso Arturo tristemente.
—Papá hace mal en decir esas cosas, y tú harías mal en imitarle después de lo que acabo de explicarte.
—¿Qué es imitar?
—Hacer lo mismo que hace él…
—¿Se lo has explicado también?
—Ya debe de saberlo.
—Tendrías que decírselo, mamá.
—Ya se lo dije más de una vez.
El pequeño moralista se quedó reflexionando un momento. Inútilmente procuré distraerle para que no pensara más en aquello.
—¡Me sabe mal que papá sea malo! —exclamó por fin con profunda tristeza—. No quiero que vaya al infierno… —Y dicho esto prorrumpió en llanto.